¿Por qué entonces, de tantas historias que han existido, escoger precisamente esta? Y cuando se dice ‘esta’ refiere, más específicamente, al exilio de millones de venezolanos en la última década. En principio, porque todo se reduce a un factor de proximidad, tanto en cuestión de tiempo como en distancia, pues, aunque simultáneamente estuvieran dándose otro tipo de colapsos más o menos similares, —lo que no sería nada extraño—por lo regular, las personas sólo solemos asimilar aquellos que están más cerca de nosotros, y que, por alguna razón, terminan ejerciendo un tipo de afectación sobre nuestra vida cotidiana. Ello, claro está, no implica una postura de indiferencia frente a esas otras realidades que no son ajenas al exilio, pero, a ciencia cierta, nadie dura mucho tiempo preguntándose por esos conflictos que suceden en el otro lardo del charco.
Asimismo, otra de las razones que preconizó la creación de esta pequeña antología de cuentos titulada ‘Memorias del exilio’, encuentra sus bases en el siguiente axioma: “la palabra es acción”. En ese sentido, el escritor es un receptor que está constantemente atento de lo que pasa afuera, recibiendo lo que acontece en su entorno, por tanto, su relación con la realidad es inescindible. Escribir es, entonces, un asunto moral. Jean-Paul Sartre en su obra, ‘¿Qué es la literatura?’, mencionaba que: “En ‘la literatura comprometida’, el compromiso no debe, en modo alguno, inducir a que se olvide la literatura, sino que nuestra finalidad debe estribar en servir a la literatura infundiéndole una sangre nueva, como en servir a la colectividad tratando de darle la literatura que le conviene”.
‘Memorias del exilio’, como libro, abarca una proyección, una denuncia, una reivindicación de la libertad, un testimonio y un asalto a la realidad política y social desde distintas dimensiones; este libro, es sin duda, lo más cercano posible al periodismo, pero sin desestimar la calidad literaria de los textos. Y es que, ¿Cómo no ampararse en elementos periodísticos si las historias aquí grabadas no son más que un espejo de lo acontecido, una calcomanía de experiencias y tragedias del día a día? Al contrario que la fantasía u otros géneros análogos, que hallan su origen introspectivamente, es decir, escribiéndose desde adentro, o bien, desde la imaginación, la literatura de compromiso siembra sus propias raíces en el exterior, es cultivada allá, allende a nosotros, por lo que empieza escribiéndose desde afuera. Julio Cortázar, en referencia a lo anterior, hizo bien en resaltar que: ‘Habrá ocasiones en que los libros deban llevarnos a la realidad, y no la realidad a los libros”.
Teniendo en cuenta esto, ¿Cuál es el fin último que persigue ‘Memorias del exilio’? Pues bien, este fin siempre será sólo uno: el de reescribirse constantemente en las manos del lector, a través de una mirada crítica, de un juicio moral y de una trascendencia mediante su palabra. Los cuentos recogidos en esta brevísima antología serían, dicho de otra forma, memorias, recordatorios y fotografías, y aunque estas historias tengan su primera página como inicio de algo, lo cierto es que no acaban con el punto y aparte de casi siempre, sino que, continúan prolongándose en nuestra realidad.
No está de más aclarar que frente a este tipo de literatura es imposible hacerse el de los oídos sordos o el de la vista gorda. Por mucha poesía, metafísica, distopía o fantasía que se escriba, la verdad es que, de la literatura de compromiso no se puede huir; esta siempre estará acechando el ingenio y la pluma del escritor como única forma de manifestarse, no importa cuántas veces el escritor se empeñe en esconderse de la realidad; esta, tarde o temprano acabará por encontrarlo. No en vano, el periodista Rodolfo Walsh había dicho que: “Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante; y el que, comprendiendo, no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra”.
Los ocho relatos contenidos en ‘Memorias del exilio’ no son invenciones arbitrarias, sino fruto de un ejercicio periodístico, de modo que, el único mérito que se le podría atribuir a su autor, sería simplemente el de haber reunido este conjunto de tragedias políticas y sociales que aún hoy, permanecen en vigencia, y que continúan planteando problemas puntuales como el nacionalismo, el patrioterismo de fronteras, la xenofobia y otros asuntos que desbordan el exceso.
Por último, es de suma relevancia sugerir que, dentro de cada uno de los argumentos planteados en la obra, está en crisis el juego de la moral como punto de partida de todos los personajes. Y con esto, lo que fervientemente se busca es demostrar que todos somos ese ‘otro’ en potencia, por lo que, si las circunstancias fueran distintas, es decir, si Colombia hubiera padecido lo mismo que Venezuela, y esta, a su vez, estuviera en el lugar de Colombia, ¿Seríamos los que somos ahora? ¿Actuaríamos tal cual lo hemos hecho o vendría a ser preciso un ejercicio de empatía mutua? Esta es la gran cuestión de todos, y, en consecuencia, valdría la pena pensar que el prójimo no es aquel que veo, sino aquel que me ve.