La embriaguez de la primavera

Parece cierto eso de que los muertos no saben que están muertos. Esta es una historia más centrada en la posterioridad del asesinato de Raúl que en el desarrollo de una trama de droga y violencia. Narra los hechos patéticos que rodean su temprana desaparición de este “valle de lágrimas”, una muerte que el difunto no acepta, creyéndose vivo aún, y en la cual se va adentrando poco a poco sin darse cuenta, pero sintiendo cómo se le agota el fontanar de sus recuerdos y, sobre todo, que una tristeza y soledad lo atosigan sin piedad.

Los personajes principales son los miembros de su núcleo familiar más íntimo, a quienes visita en las noches después de ocurrido el trágico suceso, convencido de que sigue viviendo, sin que Mónica, su mujer, pueda convencerlo de que está muerto y que al cementerio le llevó un ramo de astromelias. En uno de sus apartes se lee lo siguiente: “La luz del corredor que no apagaba en las noches desde que dormía en esa pieza, y que entraba fragmentada por las rendijas de la ventana, le permitió reparar la forma en que Raúl estaba vestido: lucía el pantalón de dril blanco y la camisa azul de tela de jean, iba descalzo, es decir, como ella lo había ataviado cuando le quitó el hábito sepulcral que le habían puesto en la funeraria…”.